"No reconoceríamos el placer si no existiera la parte dolorosa de la vida"
El éxito que cosechó en 1983 ‘La fuerza del cariño’ parece seguir vigente hoy en día. Mañana, su versión teatral llega al Gayarre con un ‘sold out’ de la mano de Magüi Mira.
PAMPLONA- Vuelve a Pamplona, a un teatro que le ha visto crecer como actriz y, también, como directora y al cual, creo, tiene bastante cariño.
-¡Mucho, mucho! Mi vida se ha cuajado teatralmente en el Teatro Gayarre. Siempre lo digo y es verdad. La primera vez que realmente subí a un escenario, en los años 80, fue allí y el teatro se llenó. Era la primera vez que un teatro se llenaba porque quería ver mi trabajo. Me marcó esa sensación, el poder conectar con la respiración del público, que siempre nos dice mucho, si hay mucho o hay poco, cómo es... Y ese sonido, que escuché por primera vez ahí, no se me olvidará nunca. Y también una de las primeras veces que dirigí una obra de teatro, también fue ahí.
Lo cierto es que todas las veces que ha venido ha tenido mucho éxito. Esta vez, parece que volverá a ser así. Al menos, en cantidad de público, ya que las entradas llevan agotadas mucho tiempo.
-Lo sé. Y hace poco he estado ahí como actriz, con La culpa, y el teatro también estuvo lleno. Estoy deseando volver a mi Navarra, al Reino de Navarra, que me parece algo especial, e históricamente lo es.
¿La versión teatralizada de La fuerza del cariño tiene tanto tirón como lo tuvo en su día la película en la que se basa?
-Fíjate, son dos cosas muy diferentes, porque el cine es un formato y el teatro es otro, y no se pueden comparar. El teatro tiene una elipse del tempo brutal, y esa es la poética escénica, el arte escénico, porque las cosas ocurren en tiempo real. Tú cuentas una historia de 20 años en hora y media. Y la elipse es como la poesía respecto a la literatura dramática. Se cuentan tantas cosas en tan poco tiempo... Pero lo que sí que es cierto es que contamos la misma historia. Una historia muy sencilla de gente común que necesita eso que ahora sabemos tan bien y que los científicos están trabajando, que es que no hay que matar los polímeros, que eso es lo que nos hace levantarnos de la cama. Es el deseo de amar y de ser amado, reconocido en ese amor. Sin eso, es muy difícil levantarte de la cama, aunque no seamos conscientes.
Precisamente, si el amor se presenta de alguna forma es como algo esencial e imprescindible para vivir.
-Claro, pero es el cariño, como bien dice el título. No hablamos del amor en términos de sexo, que también, porque el sexo es un lenguaje de contacto físico y que es imprescindible, profundiza en ese cariño, hace crecer ese amor y ese cariño. Pero estamos hablando del cariño entre madre e hija, sobre todo en esos lazos de sangre, del cariño de amistad, el cariño que hace que una pareja crezca y evolucione aunque pase por muchas crisis. Y, sobre todo, creo que este texto es un antídoto en este momento para esa era en la que vivimos donde la electrónica es una obsesión. Estamos neurotizados electrónicamente hablando. Y eso, que es un avance de la humanidad, ahora nos invade de tal manera que nos neurotiza y nos hace olvidar la importancia del vis a vis, del contacto físico, del abrazo.
Es una era que, como dijo usted misma, nos está tragando vivos.
-Sí, lo creo. Lo creo porque no somos conscientes, no tenemos alertas suficientes para defendernos de todo esto. Y realmente esta función es un antídoto, porque vuelve a poner en la cabeza y el corazón del espectador la necesidad del contacto físico, que las bocas sirven para besar y para hablar, y que mientras besas y hablas tienes los ojos, que están mirando a la persona a la que te diriges. Y eso establece una conexión de deseos infinitos, algunos de los cuales somos conscientes y de otros no. Pero aparecen, se establecen, y eso hace que fluya la vida, que el río de la vida no se pare, porque tenemos el deseo de seguir viviendo.
El texto también refleja cómo cuando la vida tiembla nos convertimos en auténticos supervivientes, en personas imbatibles.
-Es muy interesante lo que dices, porque esta función es muy valiente porque habla de la vida y de la muerte. Es como una moneda, la cara y la cruz, pero están en la misma moneda. En el momento en que salimos del vientre de nuestra madre sabemos que vamos a respirar y sabemos que nos vamos a morir, vamos a dejar de existir. Y no somos conscientes cuando ese momento llega en forma, en este caso, de una enfermedad, cuando una vida a la que vamos sobrevolando muy frívolamente, apoyados en esta moda electrónica de la que hablamos. Pero cuando aparece un tsunami físico o emocional, todo eso de lo que no nos dábamos cuenta pero que es lo que nos soporta, se mueve. Nos convertimos en auténticos supervivientes, somos capaces de encarar esa otra parte de la vida, que es la muerte.
Se podría decir que las dos caras de la moneda que se muestran en este montaje son la alegría y el dolor. ¿Cuál pesa más?
-Debería pesar mucho más la alegría. Debería importarnos más. Eso significaría que esa línea delicadísima roja estaría en la parte positiva de nuestra vida. Y, sin embargo, normalmente no es así. Hay algo que se llama autocompasión que es de lo que hay que huir, porque la autocompasión no sirve para nada, paraliza. Pero caemos ahí cuando aparece el dolor. Por eso estos personas empatizan tan bien con el espectador, porque son valientes, porque ante la dureza del golpe que les da la vida no caen en la autocompasión, ellos siguen luchando.
Es que es en los momentos más duros cuando aparece La fuerza del cariño...
-Claro, pero también puede pasar que nos hundamos en el lago de la negatividad. Porque no apreciamos lo positivo, lo que se nos da fácil, lo que está ahí. Y a veces es inmoral no tener la capacidad de apreciar lo positivo que tenemos. Es inmoral. Porque estamos en el primer mundo, querida, en un rincón privilegiado de esta vieja Europa. Es inmoral no tener la capacidad de valorar lo positivo que tenemos. Abre la ventana y mira el paisaje de lo que está pasando a nuestro alrededor, a niños y a mujeres, especialmente, porque son la parte más castigada de este planeta. Estamos, tanto tú como yo, en una situación privilegiada. A veces perdemos la capacidad de valorar lo positivo de la vida.
¿Por qué rescata ahora una historia de 1983?
-Esta obra la llevo clavada como una espina en mi corazón desde que se estrenó. Yo fui a verla con mi hija Clara y cuando empezó la cosa a ponerse dura la gente empezó a llorar. Al escuchar los lloros y suspiros de medio cine nos dio un ataque de risa que no podíamos parar. Era una risa histérica en una situación que emocionalmente no controlas, como cuando te entra la risa en un entierro. Vino el acomodador y nos echó de la sala. Fue una anécdota de la que nos estuvimos riendo mucho tiempo. Fue muy patético porque no podíamos parar y todas las señoras de alrededor nos echaban la bronca. Pero ahí me di cuenta de que la risa y el llanto son lo mismo, son dos emociones separadas por una línea muy frágil y que se cruzan con una facilidad tremenda. Entonces, siempre he querido contar ese texto, porque cuando por fin pude ver la película entera me di cuenta de que la vida es una tragicomedia y de que estamos en el filo de la navaja para pasar de un lado a otro, y que lo único que hay que saber es que eso existe. Y que si tienes que pasar de un lado a otro hay que hacerlo desde el valor, desde la parte positiva. Y también me di cuenta de que una parte, sin la otra, no existiría. Reconocemos el dolor porque somos capaces de vivir en el placer, y no reconoceríamos el placer si no existiera la parte dolorosa. Y esto es lo que se me quedó de la película y que he querido llevar ahora al teatro.
Con su parte trágica, por supuesto, la crítica destaca de este espectáculo su parte cómica.
-Sí, esto es una montaña rusa emocional y yo he querido llevar las emociones al límite. He querido salir del encefalograma plano, emocionalmente hablando. La comedia se lleva al límite, y el dolor, también.
Como en la vida misma.
-Sí, tal cual. Lo que pasa es que a veces en la vida disimulamos. Y el teatro es arte, es una creación, así que puedes escoger lo que tú quieras transmitir. En la vida no, porque la vida manda. Nosotros tenemos muy poca capacidad de autocontrol. En la vida del escenario mandamos los actores y la dirección. Y yo he querido hacerlo así porque a veces en la vida sí que parece que vivimos en un encefalograma plano, porque nos guardamos las emociones.
¿Esta obra, y el teatro en general, tiene un poder sanador?
-Yo creo que sí. Cuando el espectador goza en su butaca, el hecho teatral tiene un poder sanador. Y si la obra te lleva a reflexionar, también eso es sanador.
Entre el reparto destaca el nombre de Lolita Flores. ¿Qué tal está siendo trabajar con ella? ¿Por qué la escogió para representar a Aurora?
-Lolita y yo hace mucho tiempo que teníamos ganas de trabajar juntas. Había un feeling ahí que sabíamos que nos íbamos a entender. Fíjate que ella no tiene nada que ver con la maravillosa Shirley MacLaine que encarnó a Aurora en la película. Ella es otro tipo de mujer, es de una estirpe que está en su sangre y ella venera y alimenta. Estoy hablando de su maravillosa raza gitana. Y yo sabía que ella iba a entender perfectamente ese viaje de Aurora, que era la mejor manera de contar que eso le puede ocurrir a cualquier mujer. Una mujer marginada, que descubre el sexo tardíamente, porque antes no se tenía la educación que ahora deberíamos tener. Iba a decir que tenemos, pero no, es la que deberíamos tener. Y es un ejemplo de una mujer que va haciéndose a si misma, que va descubriéndose y, sobre todo, que va rescatándose a sí misma.
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